Ha llegado el día…ha llegado el día en que por fin puedo decir «en voz alta»: Adiós, mis bebés, adiós.
Hasta hoy solo había podido despedirme de vosotros en silencio. Hoy puedo expresar con palabras lo que hasta ahora sólo eran pensamientos.
Mis amados bebés, quiero contaros lo que he sentido y vivido desde que nos conocimos.
Mi pequeña, mi niña, saber que llegabas fue una alegría extrema.
Papá y yo llevábamos mucho tiempo buscándote y aquellas dos rayitas en el test de embarazo nos dejó…llenos.
Llenos de felicidad, de alegría, de emoción…¡¡¡¡por fin habías llegado!!!!
Fueron días de felicidad máxima. Yo vivía en una nube.
Papá estaba pletórico, con ganas de gritar a los cuatro vientos que por fin venías…Y tengo que confesar que yo también.
Te llamas Alma. Ese es el nombre que te puse la mañana siguiente de soñar contigo y de sentir que eras una niña.
Mi pequeña Alma.
Cuando te fuiste…cuando te fuiste se nos rompió el corazón.
Se me rompió el corazón en mil pedazos. Pedazos que he tratado de recomponer y pegar en este tiempo.
Fue tan inesperado; esas cosas ocurren, claro, pero no nos lo esperábamos, no pensábamos que eso nos iba a pasar a nosotros.
No podía creer que fuera verdad. No podía aceptar que te fueras.
Por eso fue una despedida fría. Por eso no lloré el día que, ayudada por la medicación y por las pinzas de un ginecólogo abandonaste mi cuerpo para acabar en una bandeja metálica de hospital…
En aquel momento, aunque fue traumático para mí solo pude sentir alivio. Alivio porque la pesadilla que llevábamos viviendo varios días por fin terminaba.
Y aunque en lo más hondo de mi ser me partí en mil pedazos no pude reconocerlo y admitirlo.
Fueron días dolorosos pero pronto seguimos con nuestras vidas.
Me despedí de ti, te hablé, te dije: adiós mi niña, mi bebé, te amo, siempre te amaré. Volveremos a vernos…
Pero en realidad hoy puedo decir que no nos despedimos, que yo no me despedí de ti.
Mi pequeño, tú ni siquiera tienes nombre. No quise ni pensar en eso. Después de que tu hermana Alma se fuera, no quería ni plantearme la idea de «hacerte real» dándote un nombre.
Cuando pienso en ti, pienso en masculino, pero supongo que es porque tu hermana era una niña.
Ni siquiera pude darte eso. No me permití sentir y jugar a las adivinanzas sobre si serías niño o niña. No pensé en ningún nombre para ti. No podía darte presencia porque estaba aterrorizada. Aterrorizada por si tú también decidías irte.
Y sí, también decidiste marchar.
Tu marcha fue muy larga y dolorosa. Tardamos varias semanas en poder decirnos adiós. No te querías ir o yo no te dejaba marchar, quizá las dos cosas.
Pasé unos días muy malos de contracciones. Creo que fue mi manera de decirme: Helena, es real. Te duele porque es real.
Hijos míos, os recuerdo cada día que pasa.
Sigo sintiendo dolor, pero ya no quema. Es un dolor tranquilo, sereno.
Pienso en vosotros.
En el tiempo que estuvisteis con nosotros muchos otros bebés nacieron y muchas mujeres a mi alrededor quedaron embarazadas.
Yo no soy buena con las fechas, pero me sé a la perfección los cumpleaños de los nenes que nacieron mientras vosotros estuvistéis.
Siempre que los veo pienso en los años que tendríais ahora, cómo seríais. Es inevitable hacer esa relación, pero cada vez quema menos.
Hoy puedo deciros, con el corazón en la mano, GRACIAS.
Gracias por haber estado con nosotros. Fue un tiempo breve, no hubo más, pero gracias por ese tiempo.
Hoy puedo deciros, con el corazón en la mano que ME PERDONO.
Me perdono por no haberlo aceptado. Por la rabia que he sentido por perderos. Porque he estado enfadada con vosotros por haberos ido. Me perdono.
Hoy puedo deciros, con el corazón en la mano que OS PERDONO.
Sí, os perdono por haberos ido, por no haber querido seguir con nosotros, con papá y mamá. Pero hoy lo entiendo. Entiendo que no podía ser, que no era vuestro momento. Nuestro momento.
Hijos míos, donde quiera que estéis, os amo. Papá y yo OS AMAMOS. Volveremos a encontrarnos. De eso estoy segura.
Mientras tanto, NUNCA OS OLVIDAREMOS. Tengo que contaros que compramos un olivo para recordaros. Para contarle a Leo vuestra historia, nuestra historia, la historia de nuestra familia.
Y para vosotros que tenéis que acompañar a vuestros amigos o familia a superar una pérdida gestacional o perinatal, deciros que:
No me digas que mejor ahora que mas adelante.
No me digas que si venía mal era mejor así.
No me digas que no me preocupe, que tendremos otro hijo.
No me digas que ánimo, mujer legrada mujer embarazada.
No me digas que no me obsesione, que lo tengo que superar.
No me digas…
NO ME DIGAS NADA.
Simplemente abrázame, abrázame fuerte. Déjame que llore en tu hombro, déjame que grite, déjame que golpee mis piernas con mis puños.
Abrázame fuerte para ayudarme a sacar mi pena, mi rabia, mi dolor…
Pero no me digas nada, no intentes poner palabras, no necesito palabras.
No intentes consolarme porque no hay consuelo.
Simplemente abrázame…
Helena.
Presidenta Asociación Red Nacional de Infértiles