Mi historia con la hiperestimulación ovárica (SHO)
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… Necesitaban hacerme una radiografía para comprobar el estado de los pulmones. Por supuesto me negué en redondo. NO, NO Y NO. La ginecóloga lo intentó de todas las formas posibles pero no lo autoricé, por lo que finalmente me hicieron una ecografía que confirmó que el líquido había llegado a los pulmones.
La doctora de medicina interna que me visitaba cada día me explicó que iban a ponerme una vía subclavia central que se utiliza para medir la presión venosa central en pacientes en los que la administración de líquidos puede llevar a edema pulmonar, para determinar presiones y concentraciones de oxígeno en las cavidades cardíacas.
Se me hundió el suelo a los pies…No porque me pusieran una vía en la clavícula, no porque estuviera peor. Me hundí porque eso requería una radiografía, Sí o Sí, para asegurarse que quedaba bien colocada y así evitar complicaciones graves. Podían hacerle daño a mi pequeño. Todas las posibles consecuencias reales e imaginarias pasaron por mi cabeza. Por más que el radiólogo me explicó que me ponía dos cinturones de seguridad, bla, bla, bla, el miedo más atroz que he pasado en mi vida invadió todo mi cuerpo.
Me bajaron a la UCI, me hicieron la radiografía, lloré mares de pena y dolor por mi pequeño, me pusieron la vía central y volví a subir.
Estuve varios días con una vía en la clavícula y otra vía en el brazo…SIN COMENTARIOS.
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Cuando me dejaron los brazos libres fue un alivio. Un alivio muy grande.
Ahora me río, pero era todo un coñazo levantarme (cuando las fuerzas me dejaban) y arrastrar los dos palos hasta el baño.
En esos días me cambiaron de habitación a una individual. Bfuffff, tengo que confesar que respiré porque aunque habían bloqueado la habitación, si la planta se hubiera llenado…
Las analíticas seguían mal, yo seguía engordando, mi abdomen seguía creciendo. (En total fueron 14 kilos los que engordé en esos 34 días de ingreso. ¡14 kilos, se dice pronto!)
Tuvieron que hacerme una segunda paracentesis de la que me extrajeron 2 litros más. El alivio fue inmediato.
En algún momento la pierna comenzó a hincharse y ponerse como un botijo. Menos mal que sólo duró dos o tres días.
En tres ocasiones me dijeron que tendrían que parar el embarazo porque yo empeoraba y comenzaba a poner en peligro mi vida. Imaginad mi agonía. Las tres veces pedí unas horas, que esperaran al día siguiente. Las tres veces mejoré milagrosamente. Y aunque luego volvía a empeorar, mi cuerpo conseguía ganar tiempo.
Una mañana desperté presa del pánico. No sé por qué. Simplemente tuve un presentimiento muy malo.
No os he dicho que más o menos día sí día no me hacían una ecografía de control y por el momento no habíamos escuchado el corazón de nuestro pequeño. Entraba dentro de las posibilidades pero los días pasaban y claro…imaginad. Estábamos llegando a las 7 semanas y todavía no había latido fetal. Las esperanzas que teníamos eran pequeñas.
Pues esa mañana desperté sintiendo que se había acabado todo. De hecho, pasó el médico y me dijo que íbamos a hacer ecografía y yo le dije que no, que no quería. Tenía miedo. No me atrevía. Hablamos y me dio la fuerza suficiente para hacerla. Llamé a Dani que acababa de irse a casa a coger ropa y le dije: Ven, van a hacerme una eco. No podía estar sola en ese momento. No quería estar sola.
Pasamos a la sala, me tumbé y…PUMM, PUMM, PUMM
¡¡Había latido, había latido!! El ruido más bonito y maravilloso que he escuchado nunca.
Me puse a llorar como una magdalena, los dos llorábamos como magdalenas. Era el corazón de nuestro hijo. Seguía ahí. Estaba resistiendo. Estaba aguantando.
Ese día comencé a confiar más en él.
Tengo que confesar que hasta ese momento todas las horas del día las pasaba pensando que lo perdía. Que se iba a ir. Que no se quedaría con nosotros. Sólo me permitía 1-2 minutos al día para soñar. Para hablarle, para cantarle, para amarle. El resto del tiempo me preparaba para decir adiós.
A partir de aquel momento comencé a creer en mi hijo. Comencé a creer en mí. Comencé a creer en nosotros. Me permití imaginarme embarazada, dando a luz, abrazándolo, besándolo…Me permití imaginar una vida juntos.
La tripa y el peso seguían creciendo.
Tuve varios días horribles. Con unas jaquecas que no me permitían abrir los ojos ni tener luz en el cuarto. Pasaba las horas con una toalla mojada cubriendo la cabeza.
Para acompañar el dolor, tenía arcadas y vómitos. No sabíamos si eran producto del embarazo o producto de la presión en el abdomen.
Tuvieron que hacerme una tercera paracentesis, 4 litros más de líquido sacaron de mi tripota.
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El alivio fue siempre automático. Las tres veces que me extrajeron líquido dejé de sentir dolor conforme me vaciaba. Las jaquecas y los vómitos también desaparecieron.
Tuvieron que ponerme oxígeno porque la saturación era baja.
Pero yo estaba muy fuerte. Seguían haciéndome ecografías y nuestro pequeño seguía ahí. Así es que estaba dispuesta a pasar por todo lo que fuera necesario. Esta vez íbamos a ganar la partida.
Y un día comencé a perder peso. Fueron unos gramos , no llegó al kilo pero fue una noticia maravillosa. Parecía que todo comenzaba a volver a su sitio.
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Aún estuve una semana más ingresada mientras perdía peso poco a poco y el abdomen iba bajando de volumen.
Los riñones no terminaban de arrancar, así es que seguía con los diuréticos.
Fueron 34 días en el hospital. 34 largos días en los que vivimos muchas cosas.
No puedo explicar el motivo, pero recuerdo esos días con mucho cariño. Las pasé canutas pero guardo un bonito recuerdo. Supongo que es porque fue el final de un camino largo y duro y el principio de un nuevo camino, de una nueva historia.
Fue el principio de nuestra historia con nuestro hijo.
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